para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando.
Mario Benedetti
El año pasado, en medio de una ola de
asesinatos consecuencia del “irresponsable” llamado de Henrique Capriles
a “descargar la arrechera”, escribimos un artículo donde expresábamos
nuestra preocupación respecto a la normalización del asesinato político.
Considerábamos altamente preocupante que el asesinato de más de 10
personas identificadas como chavistas, viniera acompañado por el apoyo
abierto o silencioso de parte de los opositores a este proceso. La
semana pasada revivió esa preocupación.
En aquella ocasión habíamos llamado la
atención respecto a la operación psicológica que durante años se ha
desarrollado, logrando que en el sector opositor de nuestra sociedad el
asesinato de chavistas pase como algo normal. El reciente y brutal
asesinato del diputado Robert Serra nos ha dado luces respecto al modo
como funciona esa misma operación psicológica.
Un mar de pueblo salió a despedir a
Robert Serra y María Herrera el viernes 3, demostrando que la grandeza
de un revolucionario se aprecia en el amor que le tiene su pueblo, ahí
marchaba la de Robert Serra, trayendo a nuestra memoria aquella
manifestación de amor que acompañó al Comandante Chávez del Hospital a
la Academia Militar el 6 de marzo del 2013. Mientras, en las redes
sociales se esparcía el aroma de la muerte, ese que acompaña tanto a las
oligarquías latinoamericanas. Más allá de las reacciones por parte de
la dirigencia de la oposición venezolana, nos interesa destacar la
actitud ante el crimen tomada por el opositor de a pie.
Desde que se supo la noticia del
asesinato del camarada Serra se asomaron las voces abiertas del
fascismo, que aplaudían el crimen, algunas llamando que se repitiera con
otros dirigentes del gobierno y personalidades públicas. Muchos de
estos personajes, unos escondidos bajo pseudónimos, otros sin nada que
esconder, afirmaron que “ese debe ser el destino de todos los
chavistas”, “hay un chavista menos y falta eliminar muchos más”. Algunos
optaron por guardar silencio ante lo ocurrido, casi ninguno expresó
rechazo ante el crimen.
Por parte de la prensa privada que
trabaja desde distintas vías se avanzó en dos campañas a la misma vez.
Una relacionaba el crimen con el “hampa común”, mintiendo respecto a
unas supuestas declaraciones de Serra con motivo del asesinato de Mónica
Spear, para así decir que no se trata más que de un nuevo crimen en la
violenta Venezuela. Otra, alimentada por cierto espíritu amarillista,
sumaba esfuerzos por crear versiones, rumores y detalles del asesinato,
construyendo todo un relato en el cual Robert Serra aparece como un
“malandro” al que le “llegó su hora” producto de una supuesta relación
con actividades delictivas.
Todos estos elementos se suman en la
banalización y normalización del crimen político, por supuesto, siempre y
cuando se trate de dirigentes del chavismo. Porque nadie imagina que el
asesinato en su casa de algún político opositor, se considere de una
vez como producto del hampa común. Pero parece que la oposición
venezolana se esfuerza para que éste sea el primer país del mundo donde
la tortura y posterior asesinato de un parlamentario dentro de su hogar,
sea descartado de inmediato como crimen político y se asocie a
cualquier otra motivación.
En esta tarea de normalización del
asesinato vienen trabajando silenciosamente tanto los medios de
comunicación y las redes sociales, como algunas plumas al servicio del
fascismo. Es destacable que mientras algunos articulistas de oposición
se expresan haciendo esfuerzos infrahumanos para encubrir el terrible
crimen bajo “llamados de paz”. Otros, como Manuel Malaver se descubren
mercenarios de la palabra, intentando construir un discurso en el cual,
el único culpable del asesinato de Robert Serra y María herrera es el
propio Serra, el chavismo y los ya satanizados “colectivos”, intentando
destruir moralmente a Robert.
Entre otras cosas, esta operación psicológica se construye sobre la
base del desprecio que le tienen al pueblo ciertos sectores de la
sociedad venezolana. Porque tanto en el caso de Eliécer Otaiza como
ahora en el de Serra y Herrera, se asocia de inmediato, barrio, pobreza,
hampa = chavismo. No es difícil para la “clase media” opositora ni la
oligarquía que la dirige, imaginar que se trata de un asesinato producto
de la “violencia del barrio”, porque llevan años alimentando la idea de
que el barrio es igual a violencia, de que el chavismo es igual a
malandro.
De esta manera, lo que para el pueblo venezolano, el pueblo chavista
que compartió con Robert Serra no sólo su meteórica carrera política,
sino su bondad, su carisma encendido y su voluntad de lucha, es una gran
pérdida, traducida en dolor y rabia. Para la oposición venezolana es
motivo de burla, de comentarios “jocosos”, cuando no de alegría porque
“hay un chavista menos”. Todo esto demuestra el gran peligro de una
parte de la sociedad que está preparada para celebrar o apoyar
silenciosamente la persecución, asesinato y desaparición de todo un
grupo político.
Esos que creen que el asesinato de Robert Serra se trató del hampa
común o de un hecho de delincuencia ajeno al paramilitarismo, son los
mismos que antes creyeron que Fabricio Ojeda se ahorcó y Jorge Rodríguez
murió de un infarto así como las masacres de Cantaura y El Amparo se
trataron de operaciones militares contra peligrosos guerrilleros. Como
dijera Simone de Beauvoir “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese
cómplices entre los propios oprimidos”.
El
asesinato de Robert Serra se suma al de más de 200 líderes campesinos,
al de los obreros de Mitsubishi, al de Sabino Romero junto a casi toda
su familia y al de los militantes revolucionarios caídos en los días
posteriores al 14 de abril de 2013. Porque las huestes de la oligarquía
venezolana llevan rato sueltas atacando a los sectores revolucionarios.
Hoy, como ayer, las oligarquías
latinoamericanas vuelven a enfilar sus baterías contra la juventud
revolucionaria. El pasado 26 de septiembre desaparecieron 43 estudiantes
en México, el primero de octubre los cuchillos del paramilitarismo le
arrebataron la vida a Robert Serra y María Herrera, ambos de 27 años, el
domingo 5 se cumplieron 40 años del asesinato a balazos en las calles
de Santiago de Miguel Enríquez, quien apenas tenía 30 años y hoy 6 de
octubre se cumplen 38 años de la voladura del avión de Cubana de
aviación donde fallecieron 73 personas, buena parte de ellos jóvenes. La
razón de todas estas acciones contra la juventud revolucionaria es la
misma y la expresó el propio Robert: “nos tienen miedo porque no tenemos
miedo”.
La derecha teme profundamente la chispa
revolucionaria de la juventud que prende con facilidad en las sociedades
con amplia desigualdad e injusticia. La oligarquía identifica esa
juventud como el principal enemigo por el golpe desmoralizante que
significa la muerte de un revolucionario en el momento más pleno de su
capacidad de lucha. El fascismo mata para seguir matando, intenta
convencernos de que el asesinato de un joven chavista es algo común y
sin importancia. ¡Pero no lograrán vencer ni tampoco convencer!
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