martes, 28 de octubre de 2014

No se llevaron a más compañeros de la normal porque no cabían en las patrullas

Quieren evitar un estallido social, pero esto sólo es el principio; no sólo Guerrero se va a levantar
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Las madres de los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos ya no encuentran consuelo en nadaFoto Sanjuana Martínez

Sanjuana Martínez
 26 de octubre de 2014, 
Uriel Alonso Solís no puede dormir, tiene pesadillas, está angustiado, deprimido. Desde aquella azarosa noche del 26 de septiembre su vida ha cambiado. Tiene una duda existencial que no le deja vivir en paz; los recuerdos le atormentan: Me siento culpable. Ellos eran de primero, nosotros de segundo, se supone que debíamos cuidarlos.
Al cumplirse un mes, el síndrome del superviviente como consecuencia del estrés postraumático ha empezado a afectar a decenas de estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, que fueron testigos de la muerte y desaparición forzada de sus compañeros.
Quince estudiantes viajaban en otro autobús y vieron cómo la policía de Iguala secuestraba a los 43. Enfrentaron las balas con piedras. Fue una disputa desigual. La fuerza del estado contra los normalistas rurales. Algunos, como Uriel Alonso, de 19 años, lograron sobrevivir:
Me salvé de milagro. Me acordé que siempre que hay una balacera la gente se tira al piso, y yo me tiré debajo del autobús. Cuando se calmó tantito, me arrastré y mis compañeros me jalaron.
Luego subieron al autobús y se sentó al lado de su compañero Aldo Gutiérrez Solano. Ambos sintieron el alivio de haberse salvado de la primera balacera. Rieron juntos. Con la adrenalina aún en el cuerpo, Aldo confío en sus únicas armas para defenderse: Si vienen, los apedreamos.
Fue su última frase. En ese momento una bala penetró por la ventana y le traspasó el cráneo: Lo vi caer. No supe qué hacer, nomás me tiré al piso. ¿Cómo no me voy a sentir culpable? Él sigue en coma y yo estoy aquí; yo me salvé.
 
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