martes, 28 de octubre de 2014

MÉXICO A un mes de las desapariciones en Ayotzinapa: ¿Dónde están los normalistas?

por Marina Pérez Damil
(Resumen Latinoamericano)
Ya transcurrió un mes desde la madrugada del 26 de septiembre donde sucedió una de las peores desgracias que tuvieron lugar en Guerrero. Aquello no fue solo un infortunio entre los que vive el país de México, sino también una mancha que quedará plasmada en el camino sinuoso que recorre el mundo.
 
27 de septiembre: estudiantes y pobladores de Chilpancingo colocaron veladoras 
en la explanada del zócalo de la ciudad. Foto Lenin Ocampo Torres

La ignominia es mucho más profunda, y tiene sus raíces en un estado de derecho en el que se ha perdido toda sensatez, humanitarismo y altruismo. Son valores que ya no entran en el manual de cabecera de la clase política hegemónica mexicana, cuyas diferencias con las de otros países no es tan lejana. Todo esto, en medio de un orden jurídico en el que ni el propio derecho a la vida se respeta, y en el que la muerte es un negocio.
Si se analiza cuál es  el prontuario de la clase mencionada más arriba, se encontraría con que se extraviaron algunos valores, pero que hay nuevos criterios establecidos para el ejercicio de la práctica política burguesa: afán de lucro, acumulación y avaricia. Son los criterios que -incitados por el propio sistema capitalista- se antepusieron a la hora de terminar con la vida de los normalistas y que constituyen el germen de los pueblos que luchan contra la desigualdad y la violencia.

Si estos criterios no primaran – a la par de los intereses del narcotráfico- los estudiantes estarían en sus casas de estudios, ejerciendo el mismo derecho a la educación que tienen miles de mexicanos. Si los políticos involucrados directa e indirectamente en el caso no hubiesen accedido a que se llegue a éste punto, los normalistas estarían formándose para ser maestros que contribuyan al cambio.

Como afirman los propios padres y compañeros de los normalistas: se trata de futuros maestros y técnicos, no de criminales a los que hay que investigar, como sugiere la PGR o las declaraciones realizadas por la misma clase política. Con tales afirmaciones se demuestra que lo que está buscando las autoridades, es desviar el curso de las investigaciones para desligarse de la sangre que ellos mismos provocaron.

Por tal motivo  dilatan el tiempo de análisis de las muestras encontradas, ponen en duda la responsabilidad de los estudiantes y se anuncian  fosas que despistan los hechos. No obstante, con el pasar de los días también se vislumbran los verdaderos responsables.
A pesar de que para el parlamento de la UE el Presidente Enrique Peña Nieto no sea el principal implicado, y se elogie su “esfuerzo” por encontrar a los normalistas, para gran parte de la sociedad mexicana si lo es. También lo es este sistema, en el que no hay voluntad política nacional e internacional que ayuden para encontrar el cuerpo de los normalistas, y se haga justicia.
El pueblo mexicano está de pie, como una bomba de tiempo que alarma a los artífices del desastre: no pueden controlar esa ola de ira que recorre las principales ciudades del país, y que llega incluso a las embajadas internacionales. Cuanto más pasa el tiempo, más alto en la cúspide de jerarquías sociales ascienden las responsabilidades.

Marcha en Acapulco el 17 de Octubre. Foto: La jornada
La necesidad de construir caminos alternativos al sistema, reluce como oportunidad única de escapar a las operaciones de represivas de los gobiernos capitalistas, que ahora se asientan en el narcotráfico.  Con el pasar de los días, menos duda queda de que ese es el rumbo que  deben seguir los países donde la sociedad ya no tiene mecanismos con los que defenderse más que su propia fuerza.
Lo que pasó en Ayotzinapa es una evidencia más de que si el pueblo no lucha por su propio empoderamiento, no habrá leyes que alcancen para dar protección a su propia vida, y a la de las próximas generaciones. El crecimiento de la violencia del capitalismo ya es un hecho inocultable, al que solo puede contraponerse la fuerza del cambio.
Vivos se los llevaron, vivos los queremos.

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